Cristian Habla con Dios: ¿Creer o reventar?

Hola, Qué haces Dios, espero que estés bien. Bueno, varias son las cosas que tengo para decirte pero, como sé que estás ocupado, vamos directo al grano.

Es que si bien me mantengo firme en mis convicciones, de a ratos surgen dudas.
Suelo pensar por ejemplo, que a decir verdad te zarpaste un poco con nuestros hermanos chilenos y haitianos. Pero luego recuerdo que el destino es algo predeterminado y no hay mal que por bien no venga. Que de las crisis salen las mejores ideas y se generan nuevas conciencias.

También me la pasé pensando todo el finde qué regalarle a las mujeres más importantes que tengo en mi vida: ¡Flores!, me dije en voz alta en el mismo instante en que Arny me miraba atónito. Y a poco de haber tomado la decisión, recordé que en un libro que de muy pequeño me obligaron a leer, las mujeres cargan con la culpa de tentar al hombre con una manzana, como si fuera tan fácil resistirse.

Así, la indecisión se apoderó de mi voluntad y cuando volví en “mi sismo” el reloj me dice que ya son más de las 00,00 del martes, se me pasó el día y no regalé nada a nadie.

Ay Dios, la incertidumbre es una de las cosas que me revelan tanto como la injusticia. Por suerte esto no pasó en la entrega de los Oscars, donde con un poco de tu majestuosidad nuestros prójimos del “secreto de sus ojos” lograron la estatuilla de oro. Ahí te sumaste varios porotos vos eh.

Pero por fuera de esto Dios, te quería comentar que me mantengo firme en mis convicciones políticas y filosóficas sin importarme lo que digan los demás. Bah, no tanto. Porque según dicen la “política es un instrumento de cambio” y yo veo algunos, aunque los medios me dicen que no. “Y, si está en los diarios”, balbucean vecinos y amigos “algo de cierto habrá Cristian”.

Entonces nuevamente las nubes de la duda ensombrecen mi conciencia y planteo hacia mis adentros: “serán todos los políticos una mierda”. Afirmativamente responden muchísimos y otros tantos me aconsejan meterme en el ruido y pelearla desde adentro. Y lo intenté… y fracasé. Las reprimendas no tardaron entonces en llegar en mi familia: “viste, es mejor no meterse”, me reprocharon.

Te aclaro que yo igual prefiero quedarme con lo que creo. ¡Zurdo! me gritan por la calle y me señalan con el dedo. A mi no me afecta. Considero que más triste sería ser facho o gorila. Estoy a punto de cerrar la idea y nuevamente algo me detiene: es la imagen de mi madre diciéndome “los extremos no son buenos nene”, y cómo no hacer caso a la vieja. Entonces yo repaso, no: no tengo que ser tan zurdo ni tan facho, ni tan pasional ni tan pensante, tampoco está bien oscilar entre la indecisión y la férrea convicción ya que la duda es el motor del conocimiento.

En síntesis Señor, en medio de todo este mambo, opté por la idea de reposar en el medio, es decir “ser un tibio”. “Ma si, me caso con todos y ya fue, me dejo de problemas”, fue mi parecer. A los tibios en la práctica les va bien, qué se yo. Por lo menos siempre están en el poder gracias a la buena relación que mantienen con vos y con “el otro”, el que no se puede mencionar, sí el del trípode.

Y así estuve dos o tres días, hasta que encontré una esquela que dejó la nona en un libro que le regaló Perón en su niñez, que decía que vos a los tibios como yo los vomitás en tu reino. ¿Y adivina qué? Si, la duda de nuevo, los interrogantes, la incertidumbre. Pero ahora ya no me hago cargo, te la dejo picando a vos y espero que me la puedas resolver pronto: ¿Qué hago, creo o reviento?

Hasta el lunes que viene Dios.